El dinero y el sistema de precios (y V)

creemos que sería posible de una vez y al mismo tiempo incrementar el poder adquisitivo y bajar los precios

C.H. Douglas

Hoy finalizamos la publicación del discurso pronunciado por C. H. Douglas en Oslo, el 14 de febrero de 1935, a S. M. el Rey de Noruega, S. E. el Ministro Británico, el Presidente y Miembros del Oslo Handelsstands Forening (Club de Comerciantes). La segunda parte puede leerse aquí, en este otro enlace encontrarán la tercera parte y aquí la cuarta.

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El problema, realmente, es un problema, en primer lugar, de distribución de poder adquisitivo a aquéllos a los que no se les requiere –y a los que se les requerirá decrecientemente– en el sistema industrial; y, en segundo lugar, de asegurar que el total de poder adquisitivo distribuido sea siempre suficiente para pagar por los bienes y servicios a la venta. Para atender estas condiciones hemos presentado un número de propuestas tentativas, ninguna de las cuales –en todo caso, en la medida en que yo mismo tenga alguna responsabilidad– se afirma que sean definitivas, rígidas o inmutables. Son simplemente sugerencias basadas sobre un análisis del punto de vista que les he presentado a ustedes esta noche.

Creemos que las más acuciantes necesidades del momento podrían ser atendidas por medio de lo que llamamos un Dividendo Nacional. Éste se proveería mediante la creación de nuevo dinero –exactamente por los mismos métodos que ahora son usados por el sistema bancario para crear nuevo dinero– y su distribución como poder adquisitivo a toda la población. Permítanme enfatizar el hecho de que esto no es recolección-por-impuestos, ya que en mi opinión la reducción de impuestos –la muy rápida y drástica reducción de impuestos– es vitalmente importante. La distribución por vía de dividendos de una cierta cantidad de poder adquisitivo –suficiente, en todo caso, para alcanzar un cierto estándar de dignidad, de salud y de decencia– es el primer desiderátum de la situación.

Por supuesto, no se sugiere que al principio –y posiblemente durante algún tiempo– tal dividendo sea tan grande que, si hubiera trabajo disponible, el trabajador pudiere rehusar trabajar; pero la emisión de un Dividendo Nacional sería un reconocimiento al hecho de que, si no hay trabajo disponible, él tiene derecho a un ingreso suficiente para su dignidad y subsistencia: por derecho, y no como una «limosna». Éste es el primer aspecto del asunto. Por supuesto, se ha sugerido –y puede ser cierto– que, si tú hicieras eso en una extensión considerable sin tomar más medidas, habría una subida en los precios –en todo caso, en aquellas cosas que entran dentro del círculo de compras de la gente que recibiese este dividendo como su único medio de subsistencia–; pero nosotros proponemos que una emisión más de crédito sea realizada con el propósito de reducir los precios. Ahora bien, muy a menudo se dice que esto último no se puede hacer; que, aunque tú puedes hacer cualquier cosa con las máquinas, la electricidad y todos los maravillosos inventos del mundo moderno, ¡un sistema de tickets te derrota!

Pero, dejando a un lado ese aspecto del asunto por un momento, yo mismo debería replicar que, no sólo el hombre puede hacerlo, sino que se ha hecho y se está haciendo hoy día. En lo que a Gran Bretaña concierne, entre 1920 y hoy –o hasta hace un año o dos–, prácticamente todo negocio en Gran Bretaña estaba perdiendo dinero fuertemente. Los muy grandes saldos acreedores habidos en las empresas de negocios al final de la guerra, se trocaron –hacia 1930, digamos– en muy fuertes saldos deudores, representados por grandes descubiertos con los bancos, junto con la hipoteca de activos en varias formas. Ahora bien, eso significaba que sus productos se habían vendido al público por debajo del coste. Y las diferencias entre el coste y el verdadero precio de la producción habían sido atendidas mediante una creación de crédito: en primer lugar, a partir de las reservas de crédito de las compañías hasta que quedaron exhaustas; y, a continuación, mediante la creación de descubiertos con los bancos. No estoy sugiriendo ni por un momento que ese proceso pueda continuar por siempre. Lo que estoy afirmando es que continuó durante ese período, no sólo sin que subiesen los precios sino continuamente bajando los precios: el nivel de precios caía continuamente –y precipitadamente hacia el final– entre 1920 y 1930. Al mismo tiempo se iban metiendo en el sistema de producción subsidios –que no se distribuían por medio de sueldos y salarios– en ayuda de los precios. Esto se ha hecho, y se está haciendo hoy día.

De una manera mucho más abierta y descarada, estamos afirmando en Gran Bretaña que prácticamente toda compañía naviera en el mundo está subsidiada, de modo que a los precios por servicios de transporte de pasajeros y cargas se les puede hacer tan bajos que no podemos competir; y que la única forma en que podemos competir, es la de aplicar un subsidio en ayuda a la reducción de los precios.

Ahora bien, eso es lo que desde el Movimiento del Crédito Social proponemos que se haga si hay alguna cuestión acerca de que sea difícil mantener los precios bajos. Proponemos aplicar una cierta proporción del total del dinero creado a una reducción de precios. El público pagaría, así, una parte del precio a partir de sus propios bolsillos en la forma ordinaria, y una parte del precio se pagaría por variados medios a través de la creación de crédito nacional. El efecto sería una caída en el nivel de precios, mientras que al mismo tiempo el productor y el hombre de negocios no estarían perdiendo dinero. Disfrutarían de los dividendos, y del incremento en el comercio que proviene de la capacidad de cargar precios más bajos. No perderían dinero, tal como lo harían si tuviesen que bajar los precios sin la ayuda de la creación de crédito nacional. De esta forma, creemos que sería posible de una vez y al mismo tiempo incrementar el poder adquisitivo y bajar los precios, previniendo mientras cualquier cosa que esté en la naturaleza de aquello que se llama inflación. Esto cubre en principio casi todo lo que tenemos que proponer. Toda concreción aritmética, mecánica o matemática, es sólo una cuestión de conseguir a un número de hombres competentes alrededor de una mesa para elaborar los detalles.

La gran dificultad está, por supuesto, en que es extraordinariamente arduo ejercer suficiente presión para influir sobre ese monopolio mundial del crédito. Ésta es la dificultad práctica. Si esto se pudiese hacer, creo que nadie perdería. Yo mismo, por ejemplo, no soy un defensor de la nacionalización de los bancos. Creo que éste es de nuevo uno de esos malentendidos tan comunes en relación a estas materias, pues la nacionalización de los bancos es simplemente un cambio administrativo: no significa un cambio en la política; y no se puede esperar que un mero cambio administrativo produzca resultado alguno en relación a esta materia. Un cambio en la política monetaria puede hacerse sin interferir en la administración o propiedad de un solo banco en el mundo; y si pudiera meterse en las cabezas de esa comparativamente poca gente que controla estas enormes instituciones monetarias que ellos no perderían nada salvo poder –y que de todas formas perderán ese poder–, la cosa se lograría.

No les voy a infligir a ustedes con lo que quizás sea un aspecto aún mayor del asunto, ya que por amabilidad de una de sus organizaciones en Noruega voy a hablar de ello mañana; pero en el examen de esa frase: «el monopolio del crédito», ustedes encontrarán en todo caso los inicios de la solución, no sólo del problema social, sino del mayor de todos los problemas –que, de no solucionarse, destruirá la sociedad–, y éste es, por supuesto, la guerra.   

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