La monarquía federativa y misionera: esperanza del mundo hispánico

LA CIUDAD CATÓLICA, EN SU DIMENSIÓN NATURAL Y SOBRENATURAL, ENCUENTRA DIFÍCIL CONTRINCANTE A LA MONARQUÍA CATÓLICA EN LO REFERENTE A SU CONCRECIÓN

Los Reyes Católicos

La crisis del mundo moderno, con ribetes de aceleración, reacción y decadencia, se presenta a cada día que acontece como un hecho indiscutible. El agotamiento de las estructuras nacidas al calor de la inmanencia subjetivista parece obedecer a las tendencias previamente apuntadas, sin salir de los mimbres inherentes a la propia modernidad. El mundo hispánico no es excepción a ello.

Las estructuras disolventes de la modernidad, en su fase de aceleración y decadencia, dan paso a nuevas realidades que, en el caso de que se opongan a las contemporáneas desarrollan sus falsos principios. Así, fenómenos como el globalismo o el separatismo potencian el voluntarismo «político», a diversas escalas, o ideologías como el hipersexualismo desarrollan las premisas liberales lockeanas de la propiedad del cuerpo. En esta tesitura, no son pocos los que pretenden reaccionar, los que aspiran a poner freno a la situación presente.

Los problemas de la «antimodernidad» se evidencian cuando plantea soluciones que, por meramente reactivas, acaban –como diría Frederick D. Wilhelmsen– definiéndose como negativas, esto es, no definiéndose. Reaccionan contra tales fenómenos, pero su indefinición es rápidamente ocupada por ideologías focalizadas en los puntos que carecen de fundamentación. Así, los hay que claman contra el aborto, y los liberales le dan el fundamento de la privacy; los hay que protestan contra la secularización, y compran el averiado producto europeizante de «Occidente»; los hay que aspiran al antiprogresismo, y caen en las redes de las derechas creadas por la propia izquierda, como afirmaba Madiran, entre otros ejemplos.

La realidad, frente a la fragmentariedad ideológica, es sapiencial, orgánica y compleja. Buena parte de los problemas originados parten de asumir los principios que pusieron fin a la civilización clásica y cristiana. Pero la piedad, virtud especial de la justicia, no persigue quimeras ajenas a la concreción. San Pío X, a propósito del deber que tenemos los católicos de restaurar la Ciudad Católica nos recordaba que no está ni en las nubes ni está por inventar, sino que existió y está por restaurar. En el ámbito hispánico, la concreción de la monarquía católica encuentra difícil rival en su dimensión restauradora, pues sus enemigos son los que alumbraron los males que se pretenden combatir hoy.

La monarquía católica era con frecuencia recordada por Francisco Elías de Tejada como federativa y misionera. Quisiera centrarme, a propósito de lo mencionado, en estos caracteres.

La dimensión federativa se refiere a su capacidad de federar, no en el sentido moderno –deudor de la lógica estatal–, sino en el sentido clásico. Éste último se funda en la armonía entre unidad y pluralidad, en la complejidad de la realidad, integrada por diversos fines cuya armonización constituye el orden natural. La dimensión federativa se debe, en gran medida, a su carácter personal. La persona del rey permite determinar los deberes de los súbditos, establecer un vínculo de responsabilidad ajena a la burocratización y las abstracciones ideológicas.

Las nuevas naciones hispánicas, deudoras de los Estados en su versión americana, y justificadoras de éste en campo peninsular, han evidenciado su falsedad al integrar a los pueblos hispánicos en el mundo europeo, en la burocracia, la racionalización, la tecnificación, la secularización, el progreso, etc. Tales naciones se presentan como redentoras de los hombres y justifican sus matanzas, prometen seguridad y avasallan con sus burocracias estatistas, presumen de futuros y olvidan su pasado.

La monarquía hispánica, en tanto federativa, sigue, a mi juicio, representando un punto de esperanza en tal situación. Su capacidad de armonizar los bienes propios, legítimos, con bienes de diversa índole, con una concepción de comunidad y no meramente asociativa, con una concepción orgánica de la sociedad propia del pensamiento clásico, no es un recurso retórico, sino un hecho que ocurrió y puede animar la restauración a la que estamos llamados.

La monarquía hispánica, en tanto que misionera, representa la recta concepción de las dos espadas, el origen divino del poder y no la confesionalidad protestante de los Estados; el mando sacral y no la razón de Estado (confesional o no).

De esta forma, la Ciudad Católica, en su dimensión natural y sobrenatural, esto es, ciudad y católica, encuentra, como dijimos, difícil contrincante a la monarquía católica en lo referente a su concreción, pues aglutina en sí el legado clásico de la recta fundamentación del orden social y político, así como las líneas maestras de la política católica.

En su contra, la monarquía encuentra numerosos enemigos. Pero la matriz ideológica de todos ellos los condena, o condenará, a su fracaso, dado que frente a la realidad de las cosas se presentan los diseños de los hombres, frente al poder personal de los reyes se alzan los artificios de los Estados, frente a la nación cultural y existencial se alza la Nación política soberana, frente a la unidad católica se alzan los confesionalismos estatales; en suma, frente a la realidad, natural y sobrenatural, se alza la subjetividad del hombre, expresada en proyectos particulares y sistemas justificadores, origen de todas las utopías.

Miguel Quesada/Círculo Hispalense

 

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