JMJ (II): Jornada Mundial del Jazz (I)

La religión de la JMJ de Lisboa no pretendía, como ya lo dijo y lo dejó más que patente su episcopal organizador, convertir a nadie a Cristo

Concierto en la JMJ de Lisboa

Y… No. Ojalá. Ojalá se hubiese tratado sólo de jazz. Tiene exactamente la misma cabida en un acto litúrgico que el tipo de música que sí se escuchó. Pero tiene, en cambio, bastante más calidad y dignidad como obra de arte.

Una de las múltiples y, quizá de las más lamentables, huidas hacia delante del posconciliarismo eclesial desembridado es la que ha tenido por protagonista o, más bien, víctima, a la «música sacra». «Música sacra» es un sintagma en el que parecen caber cosas tan variopintas como un gradual gregoriano de más de mil quinientos años de antigüedad y el último éxito de Hakuna. Podría sorprender que, ya desde el comienzo de estas líneas, aceptemos que uno y otro caigan bajo la misma categoría; y quizá sorprenda más que, al final, acabemos sosteniendo exactamente lo mismo.

Aceptamos, como hipótesis de trabajo, que «sacro» se aplica genéricamente como sinónimo de «religioso» y no, necesariamente, como sinónimo de «católico». Es decir, como una simple categoría musical, fundada en distinciones de estilo y de contexto, sin implicación teológica o filosófica alguna. Hablamos de música «sacra», como hablamos de música «rock» y por «música sacra» entendemos de manera general aquella que se compone para o se utiliza en ceremonias religiosas. Así, podemos afirmar sin ruborizarnos que la música que acompaña a las piruetas rotatorias de los derviches es «música sacra». No es música sacra «católica», pero es música sacra. La cuestión será elucidar si toda música que, por virtud de su aceptación popular o, incluso, por vía de autoridad, pasa a formar parte del ceremonial de una determinada religión puede considerarse o no «música sacra» de la religión en cuestión. En otras palabras, si una melodía derviche utilizada para acompañar la procesión de entrada de una Misa solemne puede considerarse música sacra católica. O, incluso, si existe algo así como un «Decálogo de la música sacra católica» que una determinada pieza debe cumplir rigurosamente para poder entrar a formar parte del elenco de melodías aceptadas en una Misa solemne.

El problema de despertar a los peregrinos (o, más bien, «turistas religiosos») a golpe de música electrónica pinchada (porque, el principal problema, tanto del creador como del aficionado a tal tipo de música suele ser una cuestión de pinchazos) por un sujeto con alzacuellos del que la Conferencia Episcopal Portuguesa dice que es un cura, forma parte de un problema mucho más amplio del que muy pocas personas están dispuestas a hablar con la debida serenidad y al que poquísimas saben dar una respuesta serena y racional. Me refiero a la espinosa, difícil, pero inevitable cuestión de si estamos hablando de lo mismo cuando hablamos de la religión de Benedicto XV y de Benedicto XVI. Porque, si sí, entonces, evidentemente, la banda sonora de uno y otro pontificado no pueden considerarse acreedoras al título de «música sacra» en igualdad de condiciones. Porque las diferencias, enormes y radicales, entre una pieza cualquiera del Liber Usualis o, incluso, de una obra clásica de polifonía ―pienso en Vitoria, Morales, Guerrero― y el guitarreo eclesial o las cancioncillas de adolescente en celo que canturrean las monjas de Iesu Communio, son evidentes y no necesitan mayor demostración que una simple audición comparada que puede hacer el mismo lector fácilmente con la ayuda de YouTube.

La religión que se profesó en la JMJ de Lisboa (y en cualquier JMJ, de hecho), sea o no la misma que profesaron Santa Teresa de Jesús y San Pablo, es una religión del sentimiento y de las emociones fuertes. La religión de la JMJ de Lisboa no pretendía, como ya lo dijo y lo dejó más que patente su episcopal organizador, convertir a nadie a Cristo. No puede uno evitar preguntarse si puede llamarse «cristiano» quien no tiene el menor interés en llevar a sus semejantes a Cristo.

La religión de la JMJ ―que, lo mismo, no es tanto la religión que organiza la JMJ como la religión que tiene por objeto la JMJ y, en particular, la segunda «J»― pretende haberse emancipado por completo de una rancia y mohosa carcasa de ritos, dogmas, principios y mandatos que constreñían a nuestros torpes y embrutecidos antepasados a una serie de prácticas huecas y sin sustancia, porque nuestros embrutecidos y torpes antepasados no tenían la inteligencia, el entusiasmo y las ansias de infinito de nuestras modernas generaciones. La religión de la JMJ se posiciona, ideológicamente, en la más radical enmienda a la totalidad a lo que pudiesen hacer nuestros antepasados en una iglesia. La religión de la JMJ le dice a la de nuestros antepasados que, lo que ellos hacían, son «cosas de abuelas», como explicaba en un artículo nuestro siempre mordaz D. Gildo.

(Continuará)

Justo Herrera de Novella

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