Querellas entre hermanos

Santiago Abascal e Ignacio Arsuaga. Foto: Elentir

A raíz de las elecciones al «Parlamento de Andalucía» se ha generado un fenómeno curioso que, a mi juicio, merece alguna consideración. Estos días se apreciaba una campaña de Hazte Oír frente al Palacio de San Telmo (Sevilla) en la que señalaban la falsa defensa de la vida en partidos como el PP o VOX. A este respecto, lanzaban el interrogante sobre si Macarena Olona, candidata de VOX, mantendría esa falsa bandera.

Creo que no descubro ningún Mediterráneo a nadie cuando afirmo que ni VOX ni el PP han tomado la bandera de la defensa de la vida de forma cierta. En ninguno de sus programas leeremos, más allá de eslóganes electorales o declaraciones personales, ninguna medida de combate contra crímenes como el aborto. No hablo ya de su tipificación delictiva  —medida coherente si se pensase que constituye un asesinato vil—, sino de que ni siquiera encontramos puntos programáticos concretos que materialicen ideas vaporosas como «defensa de la vida» o cuestiones por el estilo.

Sin embargo, la posición de Hazte Oír tampoco deja de resultar paradójica. Siendo una plataforma de matriz liberal y antipolítica, no sólo por su liberalismo medular, sino por la anarquizante tesis de que es la sociedad la que dirige la política y no al revés ―como nos enseñan autores como Aristóteles o santo Tomás―, encontramos que, más que un combate sustancial, los hechos responden a querellas entre hermanos ―o hijos de la misma madre―. Ello fundado en que, sosteniendo la bandera del liberalismo societarista, de la disolución del bien común en el bien comunitario, volatilizando el orden moral en nombre de los vaporosos «valores»…, lo que resulta extraño es su combate con partidos que representan la plasmación de precisamente eso.

Estas actitudes esquizofrénicas de la plataforma no sé si responden a una falta de capacidad intelectual para enjuiciar la situación o, más bien, a directivas internas dictadas por voluntades ocultas, o a ambas. En cualquier caso, evidencian la inanidad del liberalismo demócrata cristiano que los informa, pese a que, en sus críticas, puedan acertar per accidens. Y empleo ese término en la medida en que el combate sustancial no está ni de lejos abocetado.

La defensa de los «valores», entre los que encontramos la vida, se encuentra hipotecada a una serie de legados previos que imposibilitan cualquier tipo de triunfo serio. Primeramente, porque se renuncia al enjuiciamiento de la realidad desde una perspectiva metafísica clásica, que nos llevaría a desterrar ese monstruoso término, sustitutivo de las virtudes. En segundo lugar, porque posterior a la renuncia mencionada se cae en una pura fenomenología de la acción, que los lleva ―ilusamente― a pensar que el sistema liberal es neutro moralmente, debiendo ser dotado de contenido por los «valores» y demás inventos. Por último, estas circunstancias los acaba convirtiendo en una máquina de conversión de católicos en liberales, que bautizan y sacralizan los principios de la sociedad «libre», clamando contra los despotismos que les impiden a ellos una parcela de remanso.     

No se me malentienda. Mis palabras no se orientan a una defensa de los partidos conservadores que, como he dicho, han evidenciado que la defensa de la vida constituye un anzuelo más de captación de votantes, lo que se traduce en lo que todos sabemos. Lo que pretendo apuntar es que las tácticas democristianas no han hecho más que afianzar los «fundamentos» del liberalismo en el mundo católico, de lo que han nacido graves males que han castrado a la reacción católica de una militancia política, distraídos en quiméricas interpretaciones constitucionales, sanas laicidades, sacratísima libertad religiosa y demás enemigos revestidos de casullas y bonetes.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense